Copa Libertadores. El dolor de dos auténticos líderes derrotados.

Por Román Iucht  |

La Nación

 

 

Cada sensación es única e intransferible, pero no cuesta mucho trabajo imaginar que por el corazón desgarrado de Diego Milito y Andrés D´Alessandro pasaban las mismas sensaciones. Esfuerzos enormes, ilusiones amateurs y un lamento tan profundo como el amargo sabor de un «adiós» demasiado cercano al «nunca más».

La Libertadores ya es historia para ambos y la tranquilidad de conciencia de saber que los reproches no tienen lugar en el álbum personal, solo constituyen un placebo para líderes que aceptan la derrota con hidalguía, pero conciben la competencia con el triunfo como primer mandamiento.

El «Príncipe» de Avellaneda vio la obra de sus compañeros desde afuera durante setenta y cinco minutos. Arengó cuando hizo falta, le puso paño frío a un atisbo de reacción violenta de Acuña cuando fue necesario y echó el resto como alternativa en el cuarto de hora final. No le alcanzó a él, como tampoco le alcanzó a Racing. La jerarquía internacional de Lisandro López, un delantero de otra dimensión, fue insuficiente ante esa fuerza incontrolable de la naturaleza encarnada en el cuerpo de Lucas Pratto. Aún con las buenas actuaciones deIbañez y Aued, las ausencias de Saja y Lollo y la falta de forma ideal de viejos puntales comoVidela y Bou resultaron gravitantes en una serie definida en pequeños detalles. En el Mineirao los de Sava dieron la talla, pero la serie la perdieron en casa en el juego de ida.

Del mismo modo, el «Cabezón» y sus compañeros serán concientes de que la capitulación de la corona la entregaron ayer, pero la redacción de la renuncia se confeccionó en Quito. Los hinchas de River premiaron el esfuerzo y la más de una docena de situaciones con un cálido aplauso, pero las costuras de la confección de la prenda ya se descubrían hace rato. La foto del final, dejará como héroe a un esforzado arquero de apellido Azcona matriculado en una noche inolvidable, pero la película del último año ya no tuvo ni la acción ni la calidad de los intérpretes de la primera parte de la historia. A este River le quedaba poco de aquél que se hizo fuerte puertas adentro, pero forjó su carácter afuera de su casa. Asimiló el traumático episodio del gas pimienta en La Bombonera, construyó la mejor actuación del ciclo en la histórica goleada a Cruzeiro en Belo Horizonte y recogió empates con sabor a triunfos en sus estadías en Asunción y Monterrey.

De local la gente empuja, el hábitat es familiar y los equipos marcan territorio. De visitante, en soledad y con los viejos vicios americanos en contra, se edifica la fortaleza de los grupos y la química que forma a los grandes campeones. Es bien lejos del calor del hogar en donde aparecen los intangibles indispensables para crear el círculo virtuoso e incluso la inteligencia para hacer valer un gol que puede tener valor extra a la hora del recuento final.

Lo saben Milito y D´Alessandro ahora que el sueño se terminó. En el repaso general y el análisis frío, los dos terminarán sacando la misma conclusión. La Copa Libertadores se pierde de local y se gana de visitante.