JUAN AURELIO LUCERO. Su cuento “Atardecer de domingo” en una Antología.

La Editorial Dunken realizó una convocatoria de tipo internacional a través de un proyecto al que denominó “Selección Cuento Mayo 2016” al que respondieron más de 600 escritores de los más diversos y lejanos países como Canadá e Israel entre otros.

La selección de trabajos estuvo a cargo de la escritora Virginia Sorsana que calificó a los que consideró mejores 98 competidores, cuyas obras están ya editadas en una antología que será presentada el sábado 17 a las 14:00 en la sede de la editorial.

Lo más grato dela noticia es que entre los 98 elegidos estáel escritor e investigador de historia JUAN AURELIO LUCERO, vecino de Areco, con su cuento “Atardecer de domingo”.

El pasado sábado 17 a las 14:00 en la sede de la editorial, estuvo  presente Lucero en la mencionada presentación representando al Pago de Areco y, tras recibir el testimonio de su obra,  fue felicitado por  los presentes por la calidad de su cuento, felicitación a la que adherimos desde este medio.. 

El siguiente es el texto del cuento:

Atardecer de domingo                                                                                                                                                                                                                                        por: Juan Aurelio Lucero

La casa es señorial, con un amplio recibidor en la entrada, un enorme comedor donde destaca un gran ventanal que da al frente, desde allí se ve el amplio jardín, mas allá las rejas, el ligustro y la calle,  esa que queda tan lejos que no se escucha la gente, apenas se oye el rumor de los motores.  

Hacia el fondo, sigue la antecocina con una cómoda mesa rodeada de seis sillas, a la derecha se abre la amplia cocina, cómoda, ideal para una familia grande como había sido aquella.    

 El mira por la ventana de la cocina hacia el fondo, nota que a florecido el jardín, algunas plantas han crecido tanto que se están acercando peligrosamente a la pileta, la misma que hasta hace apenas un par de horas contenía un bullanguero grupo de niños, adolescentes, y a sus padres, que luchaban por poner algo de orden en aquel afectivo desorden, todo era alegría, bajo un sol que obligaba aprovechar el agua fresca de la piscina.  

Lo despierta el silbato de la pava, se da vuelta, vuelve a la realidad, prepara la taza, lucha con su memoria por saber donde esta él te, vierte el agua dentro del recipiente, que ya contiene el saquito rescatado de una caja que esta pidiendo repuesto, dos cucharadas de azúcar, como a sido toda su vida, aunque el medico lo prohíba, luego de dejarlo descansar unos minutos, tiempo que aprovecha para darle otra mirada a la pileta que mañana tendrá que vaciar y limpiar, toma la taza con la mano izquierda, mientras la derecha agita suavemente la efusión.

Con pasos lentos sale de la cocina, mira la mesa de la antecocina, llena de tazas, platos y una torta de cumpleaños que a pasado a mejor vida, devorada por los mas pequeños, a su costado las velas y ese número ochenta que delata su edad, son los restos que la familia todos los fines de semana deja de recuerdo, sus hijas y sus maridos, los niños y a veces hasta el perro que traen.                                                          

Recuerda que eso no pasaba hace dos meses atrás, la patrona era dura, nadie emprendía viaje sin antes limpiar todo, acomodando cada cosa en su  lugar, luego si,… la despedida, los abrazos, los besos, los nietos colgados del cuello, el beso afectuoso de las hijas y de compromiso el de los yernos, en fin, una familia normal diría uno.                           

Pero la patrona ya no esta, se fue de golpe y nos dejo solos.                                         

Se le hincha el pecho en un suspiro, recoge su pipa, la llena y la prende con letanía, es un ritual de años, por eso es casi mecánico y perfecto, aspira el fuerte humo y piensa… ¡mas tarde lo limpio!                                                                                                    

Se detiene un instante, una sombra cruza su mente, que raro, antes los chicos parecía que tenían menos apuro, hoy son como un viento que pasa, ni siquiera puede recordar, si todos se despidieron.                                                                                          

Ata su bata como todas las tardes, mira hacia el comedor, lleva la taza de te hasta la mesita, al lado del sillón, junto al ventanal, vuelve sobre sus pasos, llena una copa de licor, la pone junto a la taza.   

 Finalmente, echando otra honda bocanada a la pipa, esta listo.                                        

La pipa, el te con azúcar, el licor, todo, absolutamente todo, prohibido por el medico, pero hoy hace dos meses que lo dejo la patrona y es casualmente su cumpleaños, por eso la torta sobre la mesa, son los últimos años, no esta mal un pequeño recreo en un día tan especial.    

Se sienta en el viejo sillón, se acomoda, da una larga pitada, toma un sorbo de te, al licor le hará los honores al final, deposita la taza sobre la mesita, mira a través del ventanal, cree verse de chico corriendo por el jardín del frente, cabecea y su cabeza desecha la visión, analiza que no es momento para recuerdos tan lejanos.                        

Saca la pipa de su boca con la mano izquierda, la derecha recibe el diario que le alcanza la patrona, por un instante se siente perdido, pero feliz, lo toma y se recuesta, nunca le pareció tan suave aquel respaldo.                                                                                  

Afuera… la tarde cae, así como cae suavemente su mano izquierda al costado del sillón, la pipa hace un ruido terrible, un estallido que rebota en todas las paredes de la casona, y allí… recostada se enciende por ultima vez, después de una larga bocanada, para luego ir apagándose lentamente como su dueño.                                               

Aquel atardecer de domingo…