La caniche Cleopatra, Héctor Magnetto y los serios peligros que revela el inquietante libro de Cristina

Después del conflicto del kirchnerismo con el sector agropecuario, en el 2008, el mítico CEO de Clarín, Héctor Magnetto, visitó la quinta de Olivos para reunirse con Cristina. La idea había sido de Néstor Kirchner, que intentaba un acercamiento con Clarín. Cristina y Magnetto se reunieron a solas. Magnetto intentó explicar que él no tuvo nada que ver con el reclamo de los productores. «Había puebladas por todas partes», dijo. Cristina le respondió: «Fueron puebladas que provocaban ustedes desde el multimedio».

Pero el rol protagónico de la discusión —en la que tal vez ambos tenían algo de razón y por eso se podía haber producido un acercamiento— no lo tuvieron ni uno ni el otro. Cristina había llevado a la reunión a su caniche, a la que había bautizado Cleopatra por la admiración que le tenía a la emperadora egipcia. En un momento, Cleopatra empezó a gruñir. Luego, mostró los dientes. Después, ladró. Cuando Magnetto quiso calmarla, le tiró un tarascón. «No la podía serenar. La tuve que sacar de la sala. Cuando se lo conté, Néstor se moría de risa», relató Cristina en Sinceramente, su libro que bate récords de venta.

El libro de Cristina tiene diez capítulos. Uno de ellos, «El odio y la mentira», está enteramente dedicado a hablar de los medios de comunicación y especialmente del grupo Clarín. La anécdota, incluida en ese capítulo, culmina con una declaración de amor de Cristina a Cleopatra. La ex Presidenta cuenta que amaba a esa perra, que Néstor Kirchner al principio la rechazaba, pero luego fue conquistado por ella, que cuando Cristina viajaba, Néstor dormía con Cleopatra, que él decía: «Se va una perra y me deja otra», y que ambos sufrieron mucho cuando la perrita falleció. El capítulo «El odio y la mentira» termina con esta frase: «No tengo ningún problema personal con Clarín. Pero creo que Clarín tiene un problema con el pueblo argentino».

Sinceramente puede servir para que un historiador revise quién es de verdad una de las personalidades más relevantes de la democracia argentina o para el debate político sobre lo que ocurrió en los últimos años del país. Pero más que todo eso, es un material muy revelador sobre cómo funciona la cabeza de quien, en pocos meses, podría transformarse, de nuevo, en presidenta de los argentinos. Quien lo lea en esa clave podrá percibir algunos detalles inquietantes. Por ejemplo, si quisiera saber si es posible un acercamiento entre Cristina y Clarín, allí tiene la respuesta: no habrá tregua. Y lo mismo sucede sobre muchas otras cuestiones.

Pero el libro no es eso. Es el texto de una mujer enojada y ofendida, decidida a enumerar uno por uno, una y otra vez, los agravios que siente que recibió. Yegua, puta, soberbia, autoritaria, montonera, chorra, histérica, bipolar, loca, histérica, orgásmica, son palabras que se repiten, circularmente, en el extenso texto. El capítulo en el que cuenta su primera gestión se llama «El Gobierno de la yegua». Ese es el primer dato sobre cómo está el alma de la ex Presidente, que se prepara para asumir el poder. No es un tema menor. Una persona serena transmite serenidad. Una persona en carne viva escala cualquier conflicto.

Es cierto que Cristina fue muy insultada y eso le da derecho a sentirse ofendida. Pero muchas veces los hechos se pueden percibir de distinta manera. Cristina podría entender que es, apenas, una más de las personas insultadas en un país donde el insulto a las personas públicas es algo común. A Mauricio Macri, sin ir más lejos, las huestes kirchneristas le gritan habitualmente «basura», «dictadura» y, cada vez que pueden, recuerdan que su mamá es una puta: «Mauricio Macri la puta que te parió». Lo han increpado, le han tirado piedras. Elisa Carrió es también una persona muy insultada y, de la misma manera, lo fue Carlos Menem. Esta semana, sin ir más lejos, fue insultado el secretario de Cultura, Pablo Avelutto.

Quien entienda que es un fenómeno general podrá concluir que uno de los desafíos de ser presidente —o actriz, o periodista, o técnico de futbol— consiste en tolerar insultos, o incluso algunos desafíos menores, como que un desconocido te tome una foto en un avión a Cuba. No engancharse. Porque quien se engancha agiganta el fenómeno y porque, además, ese enredo desgasta a quien debe gobernar. Cuando ella lideraba el país, se enganchaba. Para cada «yegua» había un «cómplice de la dictadura». Si a ella le decían «chorra», ella respondía que Francisco de Narváez era «narcotraficante». Si le decían que tenía una cuenta en el exterior, respondía que la dueña de Clarín le había robado sus hijos a desaparecidos.

En Sinceramente Cristina sugiere que aun no hemos visto lo mejor. Por ejemplo, recuerda que Mariana Zuvic dijo que su pareja con Néstor Kirchner era «ficticia». Y responde: «¡Justamente ella! Es un secreto a voces para toda la ciudad de Río Gallegos que sirve de pantalla para su marido y padre de sus hijos. ¡Dios mío! ¡Qué cinismo!». Recuerda que Miriam Quiroga, la ex secretaria de Néstor Kirchner, contó que era su amante durante muchos años. «Mirá si teniéndome a mí va a buscar a otra», responde. Se enoja con los profesores que le ponían mala nota a Máximo en la secundaria y con Jorge Fontevecchia por las tapas de Noticias. Y se queja por que a María Eugenia Vidal no le inventan amantes.

«Todo lo contrario. La presentan como una mujer casi virginal, angelical, una suerte de hada buena. Y ya se sabe, las vírgenes y las hadas no tienen novios y los ángeles, ni siquiera sexo. Del otro lado aparezco yo: una mujer de 66 años, viuda y abuela. Los medios publican que tengo amantes, novios, romances… ¿Por qué no elucubran lo mismo sobre Vidal? La respuesta es muy sencilla. Se construye un estereotipo en el que las peronistas son todas ‘locas y putas’ y las liberales son ‘buenas y puras'».

Este último argumento se podría responder sencillamente con la histórica tapa de Noticiascon María Julia Alsogaray desnuda. Pero eso no es lo relevante sino las construcciones extrañas que Cristina, la favorita, realiza sobre la realidad, y cómo eso la lleva hacia conflictos innecesarios.

Ese mismo problema se refleja en su narración del episodio por el cual finalmente no le entrega el bastón y la banda presidencial a Mauricio Macri. Solo dos presidentes no entregaron la banda desde 1983: Fernando de la Rúa, porque huyó antes, y Cristina Kirchner. ¿Por qué? Porque ella consideró que no se trataba de una ceremonia protocolar sino de una cosa muy diferente. «Muchas veces, desde el ballotage, pensé en esa foto que la historia finalmente no tuvo: yo, frente a la Asamblea Legislativa, entregándole los atributos a… ¡Mauricio Macri! Lo pensaba y se me estrujaba el corazón. Es más: ya había imaginado cómo hacerlo: me sacaba la banda y, junto al bastón, los depositaba suavemente sobre el estrado de la presidencial de la Asamblea, lo saludaba y me retiraba. Todo Cambiemos quería esa foto mía entregándole el mando a Macri porque no era cualquier otro Presidente. Era Cristina, la yegua, la soberbia, la autoritaria, en un acto de rendición».

Donde la mayoría de las personas perciben un acto protocolar, natural o, incluso positivo, ella percibió un acto de rendición. Así las cosas, donde no había ningún problema, apareció uno, de tamaño insólito. De la misma forma, una caricatura puede ser una caricatura o una amenaza cuasimafiosa y golpista; una revuelta contra un impuesto eso o un intento de reimponer la tortura y el secuestro de niños; una corrida cambiaria, un problema a abordar desde la economía o por medio de la persecución a los cambistas. Depende cómo se perciban las cosas es cómo se reacciona. Y si se perciben de una manera extraña, tal vez se agranden los problemas que, en la Argentina, como se sabe, ya son bastante grandes.

Sinceramente tiene 600 páginas. Es interesante, vertiginoso, no pierde la tensión en ningún momento. Es inabarcable en una nota. Ella se expone allí como no lo haría ningún otro líder político. Eso la hace tan especial. Los argumentos de la ex Presidenta son interesantes cuando explica su estrategia para manejar la economía en tiempos de restricción externa y muy potentes cuando enumera la tendencia de su Gobierno a favorecer a los más débiles. Son, en cambio, escandalosos algunos silencios entre tantísimas palabras: olvida hablar de la tragedia de Once, de la inflación, de los bolsos de López, del respaldo a las barras bravas mientras asesinaban gente, de la espantosa noche en que decenas de argentinos morían en medio de saqueos mientras ella bailaba junto a Moria Casán, del escándalo de Sueños Compartidos, de la designación de César Milani, de los cortes de luz, de las inundaciones evitables y de las razones por las que la Argentina perdió una gran oportunidad de despegue durante su mandato.

Su explicación sobre las sucesivas derrotas electorales vuelve sobre lo mismo de siempre: el gorilismo, la manipulación de los medios. Por primera vez, en el capítulo llamado «Bien de Familia», intenta explicar la evolución de su fortuna personal. Sorprende, además, su declarada admiración por el controvertido Vladimir Putin.

Pero si alguien espera en ese texto una mano tendida, una idea de conciliación, un pensamiento superador, difícilmente lo encuentre. Es la Cristina de siempre, más extrema, sensible y ofensiva que cualquier documento de La Cámpora o cualquier declaración de Luis D’Elía. Tal vez ese método sirva para gobernar el país. O no. Pero sería ingenuo no registrar lo que augura ella misma en Sinceramente: Cristina sigue en guerra, contra enemigos reales o imaginarios, contra vecinas de Río Gallegos o contra dueños de multimedios.

La últimas encuestas sugieren que está a punto de volver al poder en un país que ya no es el que ella gobernaba.

Tic-tac…..Tic-tac….