Ser periodista en ciudades con idiosincrasia de pueblo

Hoy los periodistas celebran su día recordando aquél 7 de junio de 1810, cuando Moreno fundó la “Gazeta de Buenos Ayres”. (ARCHIVO)

Las diferencias entre el periodismo de las grandes urbes con el de las localidades del interior.


POR GUILLERMO BADUY PARA LA REDACCION DE LA OPINION (*).

Hay una gran diferencia entre hacer periodismo en una ciudad del interior, con su idiosincrasia, costumbres y estilos, y hacerlo en una gran urbe, donde no existe la relación cotidiana entre el periodista y los protagonistas de la noticia.
En las ciudades chicas, que son como pueblos grandes, en la generalidad todos se conocen con todos, y el periodista en ese contexto, es un vecino más antes que periodista.
Es allí donde muchas veces, dentro de lo que es la actividad periodística, se encienden las luces que indican que algún límite se está corriendo. ¿Qué elige el vecino-periodista entre publicar -dentro de lo publicable- todo lo que sabe o no proporcionar datos para preservar la identidad de un convecino, sea éste víctima o sospechoso de haber cometido una mala acción?
¿El periodista le gana al vecino o viceversa?
Naturalmente habrá para todos los gustos, porque mientras algunos van a priorizar la difusión del hecho en cuestión, otros optarán por no informarlo y también estarán aquellos que adoptarán una tercera posición: brindar los datos parcial y cuidadosamente, tratando de no herir susceptibilidades.
En este tipo de encrucijadas también juega un rol preponderante el medio para el que trabaja el periodista. Porque están aquellos que tienen una línea más conservadora y van a propender a proteger al vecino (sea éste víctima o victimario de un hecho en particular) y el periodista va a tener que responder a esa línea; y también están los medios que no se detienen en esos miramientos y difunden los hechos tal cual les parece, aún a sabiendas que pueden sufrir el reproche de alguien que se sienta perjudicado.
En cierto modo aquí también subyace nuestra declamada y no siempre bien protegida libertad de expresión. En aras de ella, en tanto lo que se difunda se ajuste a la verdad, nadie debería reclamar, ni reprochar, ni mucho menos tomar represalias de ningún tipo cuando un medio difunde un hecho que considera de interés para su público.
Pero ¿es posible en una ciudad con características de pueblo donde todos se conocen ajustarse siempre a los parámetros teóricos de la ortodoxia periodística?
¿Hay alguna profesión o actividad en la que alguien, por cuestiones prácticas o coyunturales, no se corra de lo que indican los manuales, aún sin traicionar los principios éticos?
Sería imprudente dar una respuesta contundente a este interrogante, por aquellos que han dado hasta la vida por la ética profesional y sus convicciones, pero a diario podemos percibir ejemplos de cómo, en busca de un bien superior, muchas veces los principios se dejan para el final. Pragmatismo, practicidad,

ejecutividad, apuro, suelen ser enemigos de la ética no solo en periodismo sino en cualquier otra actividad.
Ese bien superior puede ser la protección de un convecino o la colaboración con la Justicia, por ejemplo, cuando un investigador solicita unas horas más porque si se difunde ya mismo tal dato, el sujeto buscado se les podría escurrir.
Este ejemplo no fue elegido al azar, pues en los casos policiales es donde los periodistas prácticamente a diario nos encontramos con estos dilemas.

 

El periodista muchas veces maneja datos que en determinado momento no son publicables, pero son como una brasa en la mano.
Los videos y las fotografías forman parte de estos dilemas. Una imagen, como se dice, muchas veces vale más que mil palabras, pero en una ciudad chica hay que tener sumo cuidado en difundirla cuando se supone que puede afectar a alguien.
Hace casi 10 años la prensa pergaminense debió afrontar el desafío de informar con mucha cautela sobre un caso paradigmático como lo fue la tragedia de la familia Pomar.
El aluvión de datos imprecisos que la prensa nacional difundió durante 24 días, nos puso contra la pared, porque si bien nadie tenía el dato preciso, aquí conocíamos a los familiares de los desaparecidos y no podíamos ponernos al servicio de la especulación periodística, alimentada -vale decirlo- por la poco seria labor de los investigadores.

Pero al mismo tiempo no podíamos quedar expuestos a la desinformación.
Entonces, los medios locales en general, optaron por no subirse a la vorágine de imprecisiones y mantener el tema en el tapete pero limitándose a comunicar lo que parecía coherente, con el solo propósito de respetar a dos familias de la comunidad que naufragaban entre la angustia y la desesperación.

Los deudos de las víctimas supieron reconocer el rol de los medios locales y eso no tiene precio.
Todos los que hacemos periodismo seguramente creemos en que nuestro camino es el correcto y que a la par hay colegas y medios más explosivos o más conservadores, por catalogarlos de alguna manera.
En definitiva, el límite de lo comunicable lo impone un balance entre la responsabilidad social con la que se trabaja, la línea editorial del medio y los principios éticos de cada individuo periodista. Lo importante es hacerlo con convicción, porque todos vamos en la búsqueda de la verdad y se sabe que la verdad absoluta no tiene dueño.
Afortunadamente estamos en democracia y la sociedad es libre para elegir cómo y mediante quien informarse.

Fuente: Diario La Opinión de Pergamino