A 38 años de la muerte de Ricardo Balbín, un acérrimo antiperonista que terminó abrazándose con quien lo había llevado a la cárcel

Nació el 29 de julio de 1904 en el barrio porteño de Constitución y murió el 9 de septiembre de 1981 en La Plata. Tuvo una vida dedicada a la política. Su admiración por Hipólito Yrigoyen, su trayectoria en la Unión Cívica Radical y su relación con Perón, Frondizi y Alfonsín

 

 

-Doctor, yo no quiero ser candidato.

-Yo tampoco.

Así respondía Ricardo Balbín a un joven Fernando de la Rúa cuando el partido definió la fórmula presidencial que competiría con Juan Domingo Perón – Isabel Perón en las elecciones presidenciales del 23 de septiembre de 1973.
Balbín sabía del huracán arrollador del peronismo. Pero era una pelea más que el líder radical debía dar en su larga carrera política, que había comenzado cincuenta años atrás.

Balbín era porteño. Había nacido en la calle Progreso 1127, del barrio de Constitución, el 29 de julio de 1904. Había perdido a su madre, la andaluza Encarnación Morales, cuando tenía cuatro años y su papá Cipriano, asturiano, que había sido encargado del coche comedor del Ferrocarril del Sud, reunió a la familia y se radicó en Ayacucho, donde se hizo cargo de un almacén de ramos generales de un hermano soltero que también había muerto.

Fue en Ayacucho que, junto a su amigo Manuel Solanet, vio por primera vez a Hipólito Yrigoyen, y fue atracción a primera vista. Lo primero que hizo con la flamante libreta de enrolamiento a los 18 años fue afiliarse al radicalismo. Sus estudios primarios los hizo en el San Luis Gonzaga y los secundarios en el Colegio San José, del que egresó con diploma de honor. Cursó dos años en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires, donde conoció a Arturo Illia. Por problemas económicos de su padre, dejó los estudios y toda la familia se estableció en la ciudad de La Plata.

En la capital de la provincia, en dos años se recibió de abogado. Fue fiscal del Crimen en Mendoza durante el segundo gobierno de Yrigoyen, donde le cupo investigar el asesinato de Carlos Washington Lencinas. Algunos lo acusaron de apañar el crimen y lo tildaron de perseguidor. Luego del golpe de Uriburu, fue candidato a diputado provincial en los comicios anulados de 1931. Se asoció con José Delgado Moy para ejercer la abogacía. Su visión idealista lo llevó a tomar sucesiones desechando los juicios contradictorios, porque éstos lo mortificaban.

En la campaña presidencial de 1937, Balbín y su amigo Amílcar Mercader acompañaron al binomio Alvear – Mosca. Se cansaron de ganar apuestas que consistían en hacerlo emocionar a Alvear, que era de llanto fácil. El ex presidente le decía a Balbín «pico de oro». Su construcción política lo llevó a formar primero, por 1940, el Revisionismo Bonaerense, una línea interna opuesta al alvearismo, inclinada a la centro izquierda, en sintonía con las ideas en boga entonces, ligadas al laborismo inglés. Militarían allí Moisés Lebensohn, Crisólogo Larralde y Oscar Alende, entre otros. Cuando en 1942 fue electo diputado nacional, renunció por considerar que los comicios habían sido fraudulentos.

No logró ser convencido por el coronel Perón en el encuentro en septiembre de 1943 (sería el primero), en una oficina que el futuro presidente ocupaba en el edificio de Callao y Viamonte. Perón ya había comenzado a tantear a dirigentes radicales con los que unos meses más tarde daría forma a la UCR Junta Renovadora, una de las agrupaciones que trabajaría por su candidatura a presidente.

En abril de 1945 en Avellaneda, Balbín y los suyos fundaron el Movimiento de Intransigencia y Renovación y dieron a conocer la Declaración de Avellaneda, un documento de clara orientación nacionalista de izquierda. En las elecciones de febrero de 1946, con sus 42 años, fue electo diputado nacional. Tras una puja con Arturo Frondizi por la jefatura del bloque, Balbín quedaría al frente de los «44 de fierro», como se dio en llamar a los diputados radicales que eran minoría en la Cámara Baja.

El Chino

En los viajes que realizaba en el tren, solía coincidir con una maestra, llamada Indalia Ponzetti, quien viajaba de La Plata a Lanús acompañada de una amiga. «Che, ¿viste cómo te mira ese tipo feo con cara de chino?», le advirtió. Se casarían en 1928; con su esposa, a quien llamaba «madre», vivirían en la casa de la calle 49, entre 11 y 12 de La Plata, la que había adquirido con un crédito. Primero nacería Lía Elena, luego un varón que fallecería al poco tiempo y después vendrían Osvaldo y Enrique.

El «Chino» Balbín era hincha de Gimnasia y Esgrima «porque Estudiantes es un club de oligarcas», aclaraba. Le gustaba ir cada tanto al hipódromo y los sábados al mediodía cocinaba para la familia y para los amigos que se arrimaban. Las puertas de su casa siempre estuvieron abiertas. En su estudio de la planta baja, solía atender tanto asuntos jurídicos como gente común que le pedía ayuda por temas particulares.

Vivía para la política. En el recinto se sentaba en la última fila de su bloque, para tener un panorama completo. Fueron años de duros debates, donde el radicalismo corría por izquierda a un oficialismo cada vez más volcado hacia la derecha. En los dos primeros años, presidió la cámara Ricardo Guardo, autor del proyecto de creación de la facultad de Odontología de la UBA. Luego, la presidencia recayó en Héctor Cámpora, y los debates fueron cada vez más encarnizados, y siempre terminaban con el diputado oficialista Astorgano solicitando el fin del debate, lo que originaba una batahola de acusaciones, insultos y desmanes.

Desafuero

Lo que aumentaba era el número de legisladores desaforados, presos o exiliados. Como fue el caso de Ernesto Sammartino, quien en su última intervención acusó que «a mi no me echa ninguno de ustedes porque haya hablado del aluvión zoológico. A mí me echa de esta Cámara la esquelita perfumada de la nueva Pompadour de la República». De los 44 diputados radicales en 1946, bajarían a 30 en 1950, 14 en 1952 y solo 12 en 1955.

Hasta que el turno le llegó al propio Balbín. Un fiscal lo acusaba de ser responsable de once casos de desacatos contra la figura presidencial y de su esposa. Pedía un año de cárcel por cada caso, que el juez bajó a cinco. El
miércoles 29 de septiembre, en la última sesión de 1949, el oficialismo forzó el tratamiento de su desafuero. «No me detendré, señor presidente, en la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de nadie; pero tenga la seguridad que estaré sentado en la vereda de mi casa viendo pasar los funerales de la dictadura para bien del país y honor de la República y de América. Si con irme de aquí pago el precio de uno de los tantos de mi partido; si este es el precio de haber presidido este bloque magnífico que es la reserva moral del país, han cobrado barato; fusilándome, todavía no estarían a mano».

Preso

A las 15:30, dejó de ser diputado. No le quedó alternativa que escapar y esconderse. Inútiles fueron los intentos de las autoridades de dar con su paradero, hasta que el coronel Filomeno Velazco, jefe de la Policía Federal, quien conocía al líder radical, dijo: «No lo busquen más, Balbín irá a votar. Lo agarramos ahí».

El 11 de marzo de 1950 se celebraron elecciones a gobernador. Balbín era el candidato junto a Héctor Noblía. A la salida del cuarto oscuro, en una mesa ubicada sobre la calle 14 del Palacio de Tribunales platense, Balbín fue detenido. Como el primer proceso de desacato se había abierto en Santa Fe, fue trasladado a esa ciudad con inusitada bambolla en camión celular, escoltado por una ambulancia y un camión de bomberos que hicieron sonar sus sirenas durante todo el trayecto. En la cárcel santafesina, no fue muy bien tratado.

Al tiempo, fue trasladado al pabellón de presos peligrosos del Penal de Olmos. Los internos lo trataban respetuosamente de «doctor»; no le permitían limpiar su celda ni arreglar su cama. El jefe de Depósitos, Orlando Sarlo, le armó una pequeña oficina en un galpón de la cárcel, donde escribía para el diario radical Adelante. Hay unas fotografías suyas preso, que fueron tomadas por Miguel Szelagouski, quien sería intendente de La Plata durante el gobierno de Illia, con una Kodak que los guardia cárceles la confundieron con un paquete de cigarrillos.

Lo defendieron Arturo Frondizi y Emir Mercader. Cada día que pasaba, se abría una mesa de apoyo por su libertad en algún lugar del país. Los malpensados aseguran que Perón había metido preso a Balbín para opacar a la figura de Frondizi, a quien consideraba el verdadero competidor. Perón indultó a Balbín luego de once meses; el radical rechazó el indulto pero, de todas maneras, quedó en libertad el 2 de enero de 1951.

Ricardo Balbín y Arturo Frondizi

Ricardo Balbín y Arturo Frondizi

Se comprometió en una lucha sin cuartel contra el gobierno, el que se radicalizó más, especialmente después de la muerte de Eva Perón. En las elecciones de 1952 fue nuevamente candidato a presidente junto a Frondizi. Cuando cayó Perón, se comprometió demasiado con el gobierno de la Revolución Libertadora, y el nuevo gobierno contó con algunos funcionarios radicales.

Sintió como un puñal en el alma la división del radicalismo en 1956. Nunca le perdonó a Frondizi su ambición de poder y demoraría décadas en volver a hablarle. Este, al ver que el alto porcentaje de los votos en blanco en la elección de constituyentes, no lo dudó y le propuso a Perón un pacto. Con votos peronistas, Frondizi fue el presidente y su viejo compañero Balbín, acompañado por Santiago del Castillo, quedó relegado. Sufrió mucho esa derrota.

Desde el 23 de agosto de 1956 hasta su muerte fue el presidente del radicalismo. Se opuso a muchas de las medidas de Frondizi y aún es un misterio por qué no fue candidato en 1963. Prefirió quedar al margen y la fórmula quedó integrada por Illia y Carlos Perette. Algunos periodistas sostienen que entonces dijo que sus mayores alegrías habían sido la caída de Perón, el triunfo en la Constituyente de 1957 y la elección de Illia en 1963.

Fueron tres años en los que Balbín acudía a la residencia de Olivos pidiéndole más acción al médico de Cruz del Eje. Este, llevaba una lucha sin cuartel por la anulación de los contratos petroleros, enfrentaba a los laboratorios por las patentes medicinales y hacía frente a los impiadosos planes de lucha de los sindicalistas. Mientras tanto, el periodismo se ocupaba de ridiculizarlo, y no movía nada para impedirlo. Illia, en su visita a la Alemania nazi y a la Italia fascista en la década del 30, había quedado impactado por cómo se manipulaban los medios de comunicación, y no quiso caer lo mismo. Balbín era de la opinión que debía ejercerse algún tipo de control.

Al día siguiente del golpe del 28 de junio de 1966, a Balbín se le escuchó decir: «No más antiperonismo». Supo que sin un acuerdo con el peronismo no se llegaría a una estabilidad duradera. Y comenzaría a escribir otra historia .

Fueron miembros de la llamada Generación Intermedia del radicalismo, como Facundo Suárez o Conrado Storani los enviados a España para comenzar los contactos reservadísimos con el líder exiliado, quien le mandó el siguiente mensaje: «Dígale a Balbín que me indulte como yo lo indulté a él».

La clase política no demoraría en darse cuenta que el mejor aliado con el que contaban era el propio Juan Carlos Onganía quien, en su impericia para gobernar, provocó que miles de científicos e investigadores abandonasen el país luego de la noche de los bastones largos; también logró unir a los trabajadores con los estudiantes en el Cordobazo y, en el mismo sentido, llevó a los políticos a unirse en la Hora del Pueblo, en noviembre de 1970 para buscar coincidencias y así lograr una salida electoral.

Alfonsín

Balbín tenía su delfín y era Raúl Ricardo Alfonsín. El abogado de Chascomús había sido diputado y estaba en los planes candidatearlo a gobernador bonaerense para las elecciones de 1967. Paulatinamente sus caminos fueron separándose, hasta que Alfonsín fundó la corriente Renovación y Cambio, porque eso es lo que reclamaban dentro del partido. Sin embargo, no contaban que esos años de enfrentamiento con el peronismo habían concluido y que debía sellarse la reconciliación, y los únicos que podían hacerlo era Perón y Balbín, no otro.

Durante la dictadura de Lanusse, el ministro del Interior fue un viejo amigo, Arturo Mor Roig, un catalán radicado en San Nicolás, autor de una reforma constitucional, algunos de sus artículos fueron aplicados a la Carta Magna actual. Era un radical del Pueblo que colaboraba con un gobierno de facto. En 1974 Balbín lloraría desconsoladamente junto a sus restos, cuando fue ejecutado por Montoneros por haber sido funcionario durante la masacre de Trelew.

Juan Domingo Péron y Ricardo Balbín

Juan Domingo Péron y Ricardo Balbín

Saltar el cerco

Finalmente, el líder justicialista regresó por unos días en noviembre de 1972. Junto a Cámpora y a su hijo Enrique, manejó su Fairline borravino hacia la residencia de Gaspar Campos, cuyos alrededores hervía de militantes. Personas que no deseaban un encuentro a solas con Perón, como estaba pautado, provocaron un descomunal embotellamiento que hizo que Balbín llegase una hora tarde a la cita. Pero no le importó. Se dirigió a la casa de los fondos, Madero 1665, saltó el cerco y así sorprendió a Perón que estaba en el jardín con otros políticos. «Balbín, nos tenemos que poner de acuerdo, representamos al 80% del país», le dijo Perón.

Fueron poniéndose de acuerdo. Balbín comprobaba que algunas de las ideas o conceptos que proponía a Perón, éste los mencionaba en discursos o en entrevistas. Hasta colaboradores cercanos a Balbín fueron sondeados para armar una fórmula presidencial Perón – Balbín.

El adversario despedía al amigo

Al anciano líder le quedaba poco tiempo. Fue presidente y la gestión aceleró el final. La misma mañana de su fallecimiento quiso que se sondease la posibilidad de que, a su muerte, el poder pasase a Balbín. Dicen que López Rega enloqueció, que Isabel se alteró. El moribundo bajó los brazos, pero le aconsejó a su esposa: «Te pido que no tomes ninguna decisión importante sin consultarle antes a Balbín».

Luego vino «este viejo adversario despide al amigo» en el Congreso de la Nación, junto al féretro. «No sería leal si no dijera también que vengo en nombre de mis viejas luchas; que por haber sido claras, sinceras y evidentes, permitieron en estos últimos tiempos la comprensión final», remarcó. Se entusiasmó cuando el 5 de julio fue convocado a la residencia de Olivos por la flamante presidente. Conocía el último deseo del general. Pero su desilusión fue muy grande al comprobar que lo que Isabel pretendía era defender a su oscuro secretario y ministro de Bienestar Social. Al finalizar la reunión, Isabel le pidió: «Doctor, tenemos que tomar un café». «Disculpe, señora; yo tomo té».

Cuando murió Perón, en 1974, Balbín pronunció un célebre y breve discurso de despedida en el Congreso de la Nación. Lo definió como viejo adversario y amigo

Los últimos años

Estaba todo dicho. El descalabro de la economía, la violencia tanto de la izquierda como de la derecha, el terrorismo de la Triple A en un gobierno que no tenía un plan, precipitó la caída de la peor manera. Balbín fue muy criticado en su discurso del 16 de marzo por la noche cuando señaló que «algunos suponen que yo he venido a dar soluciones y no las tengo. Pero las hay. Es esta. La unión de los argentinos para el esfuerzo común de todos los argentinos».

El golpe del 24 de marzo de 1976 dio paso a una dictadura que el país nunca había experimentado. Balbín sería duramente increpado por Madres de Plaza de Mayo cuando fue uno de los primeros en atreverse admitir que los desaparecidos estaban muertos. «¡Asesino!», le gritaban. Tuvo su último acto de servicio, con la conformación de la Multipartidaria, en 1981. Pero sus años de fumar un atado y medio de cigarrillos rubios sin filtro había hecho sus estragos. Fue internado en una clínica de La Plata, en la que una fotógrafa, disfrazada de enfermera, registró impunemente su agonía en terapia intensiva.

Falleció el 9 de septiembre de 1981. Días antes de ser internado, le confesó a su amigo Pueyrredón: «Raúl es el hombre para dirigir al partido, el hombre de consulta, el que marque la trayectoria». Y no se equivocaba.