Visitando el Cristo Redentor

Por Juan Aurelio Lucero
El pasado domingo 26 de enero volví a visitar el Cristo Redentor, en nuestra
cordillera de los Andes, lugar que había conocido en 1969, cuando con un pariente que
estaba destinado en el Regimiento de San Martín de los Andes, partimos de Mendoza junto
a un grupo de jinetes, recorrimos el viejo camino sanmartiniano llegando a las Cuevas,
desde allí el ascenso en muchos tramos a pie, y en algunos, los menos, montados, en
aquella época muchas personas se animaban a cruzar los Andes y no era raro ver varios
grupos siguiendo el mismo rumbo, algunos en mulas y otros a caballos.
Ver el Cristo Redentor fue impactante, como lo es para cualquiera, sea de la religión que sea, sea del país que sea y cualquiera sea su raza o pensamiento político, es un icono de paz muy fuerte y
aquel día fue una experiencia especial ascender a 3.850 metros donde está la explanada del
Cristo, y luego a pesar del viento subir hasta la cumbre a 4.200 metros y sentirse muy cerca
del cielo. Pude repetir esta experiencia un año más tarde y luego el tiempo me absorbió y
no volví hasta ahora, cincuenta años más tarde.
Pero en 1969 no sabía que un hombre nacido en San Antonio de Areco, Fray
Marcolino del Carmelo Benavente pidió a Mateo Alonso esta obra, por eso esta visita fue
muy distinta, de hecho amanecí bien y el viaje fue normal hasta Uspallata a partir de allí los
nervios se hicieron presentes, para quien escribe estas líneas no fue un día más, fue el día
en que visite el más importante ícono de paz del mundo, idea de un hombre que pisó el
mismo suelo que piso, cada día al levantarme, esta vuelta la subida fue en Combi y luego
de rezar frente al Cristo Redentor, vi esa obra con emoción, luego solo pude subir hasta los
4000 metros, las piernas y el viento me dijeron que hasta ahí llegaba.
Volví a Mendoza, muy feliz, había cumplido un deseo que llevo cincuenta años.
Juan Aurelio Lucero