Pancho Sierra, Maestro Sanador Espiritista

Su nombre evoca inmediatamente la figura de un ser escogido por el destino…

Abocado al servicio del prójimo compartía el dolor y la mesa con los menesterosos. Pudo haberse forjado un brillante porvenir como hacendado o viajar por el mundo como lo hacía la gente de su posición social.. Un vaso de agua, única medicina que ofreció el llamado Milagrero, cumpliendo por vocación más que por deber este sagrado precepto.

Francisco Sierra nació el 21 de abril de 1831 en el caserío del Salto, según testimonios de allegados que el mismo presentó al efectuar trámites sucesorios, ya que su partida de bautismo no fue hallada.

Era hijo de Francisco Sierra y de Raimunda Ulloa. Y su familia se encuentra vinculada a la génesis de esta ciudad. Un episodio confirmador es relatado por Fabián Beyés (primer periodista del lugar): en 1820 el rapto de su abuela, Doña Toribia López de Sierra, por el malón de Yanquetruz con la participación de José Miguel Carrera. Ella fue devuelta a los suyos por la gratitud de un indio bombero.

El citado Beyés era amigo personal del milagrero, por el año 1892 lo fue de Almafuerte, cuya madre, Jacinta Rodríguez, era natural del Salto y según Blomberg, el poema «El Misionero» estaba inspirado en la persona de Pancho Sierra, quien se educó en el colegio Rufina Sánchez de Bs.As., y no estudió medicina como siempre se dijo, al menos no figura en ningún listado de la época, tampoco viajó a Europa para cursar dicha carrera, hasta el año 1873 no existía civilmente.

Su regreso al pueblo natal se produjo en la mocedad, ya formada una manera elegante y seductora en su trato. Como consecuencia, las jóvenes empezaron a distinguirlo.

Por entonces una prima suya, Nemesia Sierra, se volvió el centro de sus sentimientos, pero ella decidió casarse con un porteño apellidado Vedoya.

Dicen que este hecho lo había afectado tanto, que dejó de frecuentar los círculos habituales y se refugió en el establecimiento «San Francisco» propiedad de la familia Sierra Ulloa, en Rancagua-Pergamino.

Durante esa desaparición social ocurrió el cambio que sorprendería a los suyos y a quienes lo conocieron: retornó provisto de una manera diferente de ser: reflexivo, abstraído, interesado en los males de los semejantes.

Después de vivir un tiempo en la ciudad de Rojas, se instaló definitivamente en la estancia «El Porvenir» -herencia paterna- ubicada en Carabelas, Buenos Aires, asumiendo el papel de confesor, hombre de fe y médico. Allí surgió la fama acerca de sus dotes sobrenaturales, multiplicándose más allá de los límites del país.

Lugar de peregrinaje, aquella estancia era frecuentada por personas de todas las clases sociales y fue muy importante para los medios de comunicación.

Sólo una vez Pancho Sierra accedió a tomar partido a favor de un candidato político: Máximo Paz, a instancias de los hermanos Hernández, hogar que contaba con figuras como Rafael y José (autor del Martín Fierro): por excepción, publicó austera proclama y, como respuesta, diferentes bandos se adhirieron rompiendo la tradición partidaria.

En 1890, Pancho Sierra se casó con Leonor Fernández, de 16 años, hija de un primo suyo (Victoriano Fernández Sierra), en la iglesia «San Francisco de Asís» de Rojas.

Al año siguiente el día 4 de diciembre de 1891, muy caluroso con polvaredas que afectaban el tránsito y arrinconaban a los animales junto a los alambrados de los campos, en muchos casos asfixiándolos, a las 7:10 p.m. murió bajo los cielos de «El Porvenir».

Un mes antes del deceso predicho por él mismo, dio finalizada la misión que se había impuesto.

Lamentablemente no pudo conocer a su única hija, Laura Pía, nacida siete meses más tarde. Sus exequias fueron destacadas, en esos años, por la cantidad de personas que acompañaron al féretro hasta el Cementerio del Salto y por el grupo de ciudadanos de renombre Nacional que pronuncio sentidas palabras.
Sus devotos consideran que la muerte física del maestro no ha hecho otra cosa que abrirle las puertas de la eternidad, la celeste ruta del más allá, desde donde seguirá iluminándolos, prestándoles protección cada vez mayor.

María Teresa Superno Investigadora de campo