River entendió cómo jugar «una final» y eliminó a Boca

 

Por Diego Morini  | LA NACION

¡Inolvidable! Dedicado a los más duros y a los de lágrima fácil. El triunfo de River ya está en un póster. Quedará durante años y años en la pared. Alguien se habrá levantado muy temprano, tal vez ni haya pegado un ojo, para colgarlo antes del amanecer. Haber llegado a una final en un torneo internacional es un hito para cualquiera. Cómo calificarlo, entonces, si fue justo después de haber eliminado al rival de siempre. Contra aquel equipo con el que no quedan permitidas ni las derrotas en un videojuego. Nunca. La imagen que revolotea es la de haber ganado una final antes de la final. Nítida. Elocuente. Loca. Ya habrá tiempo para pensar en Atlético Nacional, el rival del miércoles próximo en Medellín. Hoy, la fiesta sigue.

River entendió cómo jugar un partido crucial. Boca, con la ciclotimia de siempre, no. Los millonarios resurgieron desde el sufrimiento, desde aquellos días en el ascenso, hasta la gloria de hoy. De las manos de Barovero al corazón de Ponzio, justo él, que había estado un buen tiempo relegado. De ellos, en buena parte, es esta satisfacción. Ni qué hablar del Muñeco Gallardo, en uno de sus momentos más difíciles. Igual supo inculcarles el mensaje a sus dirigidos, que fueron todos para uno. Lo ganaron con el fútbol que no tuvieron en la Bombonera. Boca lo perdió en medio de la confusión y de la impotencia, como la de Cata Díaz, desbordado y expulsado en el final.

Esta vez no defraudaron. Hubo electricidad. Boca tuvo un penal… ¡a los 17 segundos! Fue de esas situaciones que rompen los pizarrones. Rojas no vio a Meli y lo bajó con un patadón. Gigliotti besó la pelota, pero no hubo caso: la mano derecha de Barovero fue como una manopla. Igual, que el cara a cara que salvó ante el mismo Gigliotti. El factor psicológico puso a River en el campo contrario. Vangioni, por la izquierda, intentó algo. No se sabe bien si fue un pase, un centro fallido o un tiro al arco, pero Pisculichi, de zurda y de primera, puso la pelota en una esquina, bien lejos de Orion. Apenas iban 16 minutos. Las emociones cambiaron de dueño como si nada.

La serie había quedado en veremos con el empate sin goles en La Boca. Nadie quiso aventurarse sobre a quién había beneficiado la igualdad ni quién cargaría con la gran responsabilidad. En realidad, cuando millonarios y xeneizes están frente a frente, las obligaciones se reparten en mitades. Lucharon cuando no pudieron jugar. Jugaron cuando se olvidaron del contexto. Anduvieron briosos. Corrieron, se cayeron -o los tiraron- y se levantaron. La lesión de Gago fue otro contratiempo para Boca. El capitán abandonó antes de tiempo. Llegó con alguna molestia y un roce terminó condicionándolo. Eso sin contar la controversia por el gol anulado a Gigliotti.

Aquel miedo a perder pareció haber quedado en el olvido. No les quedó otra. River fue más profundo entre tantas idas y venidas. La desesperación creció poco a poco en Boca, que dejó huecos. No le quedó más alternativa que correr los riesgos de un equipo que caía en la desgracia deportiva.

Ya no es tiempo de hablar de los árbitros ni de la rispidez ni de lo que pudo haber sido. Hoy es la sonrisa de River. Hoy queda la desazón de Boca. En ellos se arquean los gestos de una máscara teatral. En ellos quedará encontrar un compinche para las risotadas y un piadoso para el consuelo.

TRAS LAS LÁGRIMAS DE LA EMOCIÓN, LA ALEGRÍA DE LA GRAN FIGURA

Marcelo Barovero pudo enhebrar algunas palabras apenas se secó las lágrimas. «Sufrimos mucho, pero lo más importante fue haber conseguido la victoria. Los clásicos son difíciles, se juegan con los dientes apretados y lo principal es tener la mente clara. Parecía que el 0-0 en la Bombonera no nos servía, pero fue importante. No me gusta ir a buscar la pelota adentro. Intentamos crear un grupo fuerte», dijo el arquero. «Disfrutamos este partido porque entendimos todo lo que significaba», aseguró Leo Ponzio. Todos le dedicaron la victoria a Marcelo Gallardo..