Lo encuentro a Esvildo Palacios, primo mío, parado en la esquina de casa. En aquel tiempo era todo un sitio y no estaba edificado como hoy. ¿Tenes que hacer? –le pregunto.
No –me contestó. ¿Vamos a buscar unos duraznos al monte de Roca?
Bueno. Mira que vamos a salir enseguida porque es tarde. Prepárate mientras ato el caballo al charret.
Llevamos (…). Si no nos daban duraznos pescábamos. Salimos.
Llegamos al monte y nos atendió el encargado. Primero le pedimos duraznos y después le salimos a comprar.
Pero no nos quiso dar ni vender porque así era justo con todos, nos dijo. Agregó que había días que se juntaban hasta diez charret, que había que tener un mensual expresamente para la gente que iba a pedir duraznos.
Que nos podíamos ir tranquilamente. Dimos vuelta para atrás sin despedirnos ni mirarlo siquiera.
Llegamos al río. Yo pescaba y Esvildo llevaba la bolsa.
En eso viene un mensual amigo mío ¡Qué manera de pescar! –Me dice –¿No me dan dos o tres?
¡Como para darte pescados! –Le contesté –no pudimos conseguir un durazno en la estancia ni con la plata!.
Yo no tengo la culpa –me observó –Si me dan unos pescados, voy para la estancia y a eso de las doce cuando todos vayan a comer les entretengo el quintero, roban unos cuantos para comer y de vuelta yo les traigo media bolsa.
Escuchen cuando toquen la campana. Serán las doce.
Bueno –díjele yo –cuando me traigas los duraznos te daré los pescados.
Seguimos pescando. Vos que tenés buen oído –le digo a Esvildo –escucha y cuando toquen la campana robamos los duraznos.
Cuando Esvildo me avisó que tocaban la campana agarré la bolsa con los pescados, la até con la soga del esparbel y la tiré al fondo del río. Enrosqué la soga en los pastos, escondí el esparbel y fuimos al monte.
Saltamos el alambrado que era alto y enseguida nos pusimos a comer duraznos. Come –le decía yo a Esvildo –que los que pongamos en la barriga no nos lo podran quitar. Pero no hagas ruido porque nos pueden sentir.
En eso sentimos ¡Chuale!… ¡Mi madre! –Dos perrazos grandotes como terneros.
Yo pensaba en mis canillas. Tenía pantalones cortos de pescar.
En un abrir y cerrar de ojos estuvimos en el río.
Vamos para el pueblo –dijo Esvildo –pueden mandar buscar la policía.
No hombre –le contesté –si viene la policía cruzamos el río y no nos podrán hacer nada.
No nos dábamos cuenta como habíamos hecho para saltar semejante alambrado con el susto que teníamos.
Vamos a seguir pescando –decidí yo –para ver si el mensual nos trae los duraznos prometidos y de paso le meto un café por la jugada que nos ha hecho.
Vos anda por arriba de la barranca y mira si viene. Yo abajo seguía pescando.
“Ché Manuel –me gritó Esvildo –hay viene el mensual. Parece que trae media bolsa”.
Dejé de pescar, subí arriba y lo esperamos.
Cuando llegó a nuestro lado le dije: ¡Bonita jugada hiciste!…
A lo cual él me contesto que no había podido dar con el quintero dado que el monte era tan grande.
No supo lo que nos había pasado.
Yo le di los pescados, las gracias por la media bolsa de duraznos y nos vinimos para el pueblo.
Pero el susto que nos metieron los perros no nos pudimos desquitar.
LA GACETA Año I- Nº 20 del 20/6/1937
Colaboración de Juan Aurelio LUCERO
