Un cuento del «Negro Lechuza», por Juan Aurelio Lucero.

Espantando langostas
Carlos Martellini me convidó para ir a pescar a la estancia de Güiraldes.

No tenemos lombrices – le dije.

No importa – me contesto – la sacamos ahora con una pala debajo.          (………)¡Bueno!

Esa noche no dormí pensando en la pesca.

Cuando llegó Martellini a casa yo ya estaba listo esperándolo.

Salimos de a pié, cortando derecho al paso de las tunas, cruzando el río en dirección al camino que va para la estancia.

Cuando estuvimos cerca del primer monte le dije a Carlos: Vamos a cortar campo y pescamos en el remanso grande porque es mejor lugar para sacar bagres.

Al llegar a la mitad del monte nos vio don Manuel Güiraldes,  que era muy madrugador.

¿A dónde van Uds.? Nos preguntó.

Vamos a pescar señor—respondí.

Sin permiso no se puede pescar, vuélvanse para el pueblo.

Martellini no hablaba nada, yo por más comedido contesté: bueno entonces si no se puede por aquí iremos por el camino.

Cuando llegamos a la portada, por el camino al paso de Roca, mandó un mensual y nos dijo que si no pedíamos permiso no podríamos llegar al río.

Entonces yo le dije a Carlitos: Vamos a pedirle permiso porque sino no nos va a dejar pasar.

No—me respondió Martellini, vámonos para el pueblo.

Déjate de embromar –le observé yo –hemos caminado como tres leguas y ahora nos vamos a volver sin nada?… ¡Vamos a pedirle permiso.

Llegamos al patio de la estancia, golpié las manos.

Salió un sirviente. Siempre hablaba yo, Carlos, como palenque.

Quiero hablar con don Manuel –le dije.

Pasen –nos contesto –y nos hizo llegar al parque.

Después de esperar un rato apareció don Manuel y nos dijo: –Les voy a dar permiso pero van a tener que espantar langosta en el monte.

Nos trajo una lata de kerosén y un palo para cada uno señalándonos el monte agregó: Tomen. Después va a ir a pescar.

Nosotros en el monte catapún, catapún, con las latas y palos pero eran más los duraznos que nos comíamos que las langostas que espantábamos.

Después de un rato largo le digo a Martellini: Vamos para el parque.

No –contesto Carlos—nos va a retar.

No, no nos va a decir nada, vamos hombre, le replique yo. Y fuimos. Don Manuel estaba ahí.

¿Ya terminaron? …. —Bueno, vayan a pescar y cuidadito con irse callados porque sino no les voy a dar más permiso.

Pescamos mucho. De vuelta Martellini, no quería llegar a la estancia.                             —

Mira que si no vamos no nos va a dar permiso otra vez.

Fuimos y nos salió bien porque nos dio un rancho de paja, un peso para cada uno, cinco kilos de carne de vaca, frutas y permiso para cuando quisiéramos ir, siempre que llegáramos antes a la estancia.

Pero no fuimos más.                                                                                                                                                                 La Gaceta, Año I- Nº 16 del 23/5/1937