Después de los banderazos y la pelea con Larreta, el Gobierno le quita a la clase media la fruta verde que tanto la obsesiona.
FRANCO LINDNER
Editor de Política, columnista de Radio Perfil y autor de «Fernández & Fernández» (Planeta).
Los primeros banderazos que descolocaron al Gobierno presagiaban este final. Poco después, el jefe de Estado habló de la “vergüenza” que como porteño le provocaba la opulencia de la Ciudad, y hubo quienes a su lado echaron más nafta al fuego, como Juan Grabois cuando bautizó a los caceroleros como “amotinados del Audi”. Clasismo por un lado y gorilismo por el otro.
El malentendido de un líder peronista con apoyo de los porteños (algo que solo Menem en los 90 y el primer Kirchner habían logrado) se terminó definitivamente la semana pasada, cuando Alberto le manoteó al alcalde Horacio Rodríguez Larreta un punto de la coparticipación de la Ciudad para pagar el aumento de sueldo exigido sin sutilezas por la Policía Bonaerense.
Y ahora, solo unos días después, llega la última estocada: dolarazo a 130 para que aquellos privilegiados con un mínimo de capacidad de ahorro, que son los que marchan por las calles para manifestarle su descontento al Gobierno, tengan que repensar su economía hogareña antes de planear nuevos banderazos.
Quitarle a la clase media esa fruta verde que tanto la obsesiona se lee como una nueva declaración de guerra. Seguramente, no la última.