A 96 años del gol de Cesáreo Onzari, el inventor del gol olímpico

1924. La Selección argentina de fútbol recibe a su par uruguaya en un amistoso que se juega en la cancha de Sportivo Barracas. Cesáreo Onzari, jugador de Huracán, patea un córner y la pelota ingresa al arco uruguayo sin que ningún otro jugador toque el balón.

El partido terminó 2 a 1 para los argentinos. Como Uruguay era flamante campeón olímpico, el inédito gol de Onzari es bautizado “gol olímpico” y así se llama desde entonces al tanto que se convierte desde un córner sin otra intervención que el pie de quien lo patea.

Cesáreo Onzari, el inventor del gol olímpico

Por Redacción El Gráfico

Fue un destacado wing izquierdo de la época de oro del amateurismo, una gloria del Huracán campeón de 1928 y una de las figuras de la Gira de Boca por Europa, pero su nombre quedó emparentado a un hecho fundacional: el primer gol convertido directamente desde el córner.

Producción especial para El Gráfico, con el balón de la época y una hermosa camiseta de Huracán.Producción especial para El Gráfico, con el balón de la época y una hermosa camiseta de Huracán.

“El palquito, las tribunas, todo se fue yendo en la vieja cancha de Sportivo Barracas, escenario de partidos inolvidables. Fueron cayendo los vestuarios, desmoronándose las apiladas de ladrillos, y entre el polvo de cal fueron emergiendo los recuerdos.

¿Te acordás? Aquí perdieron los olímpicos uruguayos en 1924. Fue el match más memorable en la historia del fútbol rioplatense”. La crónica pertenece a Ricardo Lorenzo «Bocorotó», quien en 1942 narró en El Gráfico todo su pesar por la demolición del estadio de Iriarte y Luzuriaga, el mismo que en los últimos tramos del amateurismo y durante la etapa embrionaria del profesionalismo arropó las mayores hazañas del fútbol argentino.

“Acababan los uruguayos de ganar en París el Campeonato Olímpico de fútbol –continúa Borocotó–, produciendo extraordinario asombro. Luego de ganar en 1923 el Campeonato Sudamericano, meses más tarde iniciaron la cruzada exitosa por España, culminando en París con el título de campeones olímpicos. Vueltos a su tierra, se programaron dos matches: uno, en Montevideo; el otro, en Buenos Aires. En el primero se registró un empate de un tanto; en el segundo, ganaron los argentinos por dos a uno en cotejo sumamente equilibrado”.

“Fuera del resultado –y aquí viene lo que concierne a nuestro protagonista–, otras razones influyeron para que ese match fuera memorable. En primer lugar, que jugaba aquí por vez primera un team campeón olímpico. Eso ya de por sí hubiera bastado para hacer perdurable el recuerdo. Pero hay detalles importantísimos: en ese partido, Onzari marcó un gol directo de córner. Días antes, se había aceptado internacionalmente que era válido el gol directo de tiro de esquina sin que nadie tocara la pelota. El referee uruguayo Ricardo Vallarino, que dirigió el encuentro, puso aquí en vigencia la modificación mencionada y de ahí viene la denominación de ‘gol olímpico’ al directo de córner”.

El texto de Borocotó basta por sí solo para describir las circunstancias que hicieron mundialmente famoso a Cesáreo Onzari, pero reducir su figura a un instante, a un hecho superfluo, sería, contrario a lo que podría creerse, desmitificar su nombre. Onzari fue ese gol olímpico, pero también un wing excepcional, un campeón magistral con Huracán en el amateurismo, un componente vital en la Gira de Boca por Europa de 1925 y tantas otras cosas más.
Y ese partido de Argentina contra los uruguayos campeones olímpicos solo tuvo en el gol convertido desde el tiro de esquina a una de sus tantas pintorescas particularidades.

En la cancha de Sportivo Barracas, Argentina recibió a Uruguay, que venía de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Colombes. El partido estaba cargado de expectativas por parte del público local, no solo porque en Montevideo el equipo nacional había rescatado un empate auspicioso, sino también porque la visita de los campeones olímpicos servía como vara para determinar el nivel del seleccionado argentino.

 El partido debió jugarse un 28 de septiembre –cuenta Borocotó–, pero fue tal la afluencia de público que penetró a la cancha limitándola. Por esa circunstancia se suspendió el juego a los pocos minutos y se disputó el lance cuatro días después, colocándose entonces un alambrado en torno al field. Por eso al alambrado que ahora circunda los campos de juego se lo llama ‘olímpico’. Ya ven cuántas cosas, además de la importancia del partido y el resultado favorable para los nuestros, determinaron que nunca se olvidara ese estadio de Sportivo Barracas”.

Con semejante panorama, no es de extrañar que el encuentro haya tardado solamente cuatro minutos en suspenderse por orden del juez uruguayo Ricardo Villarino. Ni siquiera la intervención del Ministro de Guerra, Agustín P. Justo, alcanzó para detener la batahola. Los jugadores uruguayos se tuvieron que refugiar en el vestuario y los argentinos salieron por una puerta trasera, mientras el público, bajo la intensa lluvia que se había desatado, aguardó casi cuatro horas por la reanudación.

Los dirigentes uruguayos, al ver el cuadro de situación, exigieron que se crearan las condiciones para la realización del partido. Las condiciones, según ellos, consistían en la instalación de un alambrado perimetral, un pedido al que los argentinos accedieron. Así, el partido finalmente se disputó el 2 de octubre con casi 37.000 personas en las tribunas.

 

El encuentro comenzó accidentado por el juego brusco de los uruguayos. En una de las primeras jugadas, el goleador charrúa Pedro Cea fracturó a Adolfo Celli. Los cambios no estaban permitidos, pero dadas las circunstancias y en un “acto de caballerosidad”, los visitantes aceptaron el ingreso, en lugar del lesionado Celli, de Ludovico Bidoglio, que allí empezó su exitoso peregrinaje en la Selección.

A los quince minutos, luego de que el arquero uruguayo cediera un córner desde la izquierda, Onzari ejecutó el tiro de esquina con la pierna derecha y la pelota tomó una extraña comba hasta cerrarse para terminar definitivamente adentro del arco, sin que nadie pudiera tocarla, así se convirtió en el primer gol olímpico del que se tiene registro.

Tras el gol olímpico, que recibió ese nombre debido a las circunstancias y el rival, el encuentro continuó, Uruguay llegó al empate a través de Pedro Cea y Argentina redondeó el triunfo 2-1 con un tanto de Domingo Tarascone.
El partido se suspendió cuatro minutos antes del final, luego de que José Andrade lesionase a Onzari y de que el público reprobase el violento juego de los visitantes arrojando botellas y piedras al campo de juego.
A partir de entonces, el wing izquierdo tomó fama mundial y cada gol marcado directamente desde el tiro de esquina llevó el sello de su nombre. Durante mucho tiempo, cada vez que se repetía la jugada se decía que era un gol “como el de Onzari a los olímpicos”, hasta que la incomodidad del término provocó que la contracción “gol olímpico” se abriera terreno y se eternizara.

Falleció el 7 de enero de 1964, a los 60 años, luego de una prolongada enfermedad.

“Onzari era un deportista íntegro –publicó La Razón en su obituario–, puede ser considerado como uno de los prototipos del fútbol amateur. Winger izquierdo del famoso equipo de Huracán en la década del veinte, extremo de una línea completada con Loizo, Chiessa, Stábile y Spósito, fue una pieza importante hasta el punto de llegar a ser internacional, pero siempre se mantuvo en un nivel modesto.

No fue estrella, no quiso serlo porque se lo impedía su carácter, su personalidad, pero el que quería verlo, el espectador que no se dejaba deslumbrar por malabarismos, encontró siempre en él al elemento capaz de jugar uno y cien partidos con la misma eficacia, con idéntico desinterés de lucirse, con el único afán de jugar.

Por Matías Rodríguez / Fotos: Archivo El Gráfico

Nota publicada en la edición de noviembre de 2016 de El Gráfico