Instrucciones para una Navidad diferente

 

Enviado por el Reverendo Padre Jorge Scampini a través de la gentileza  del doctor Roberto Savanti

Massimo Recalcati

La Repubblica, martes 22 de diciembre 2020

Será una Navidad diferente a la habitual. No puede ser de otra manera.

Pero tal vez también es la ocasión para que sea una Navidad más cercana al significado original de esta fiesta.

De hecho, su desacralización ha llegado a la meta de un modo imparable en las últimas décadas. Hace mucho que hemos despojado a la Navidad de todo significado simbólico reduciéndola a un ritual consumista sin alma.

El nacimiento de Jesús fue reducido a un cuento de hadas entre otros buenos cuentos para animar el espíritu de nuestros niños en la edad de la infancia cuando aún no cuentan con un pensamiento crítico. La celebración religiosa en sí misma se transfiguró principalmente en una ocasión mundana para un encuentro colectivo.

Sin embargo, el trauma de COVID saca a la luz de repente aquello que nos gustaría en cambio olvidar, o la trágica frontera que une profundamente la vida a la muerte. Estar rodeados de muertos y enfermedad debería imponernos una mirada diferente, una actitud solidaria con los más frágiles, con los afectados en el cuerpo y en su economía vital con mayor impacto aún por el virus. Debería empujarnos a distinguir lo esencial de lo no esencial.

Sin embargo, incluso ante las llagas de la epidemia, muchos insisten en celebrar, en reafirmar la belleza ineludible de la convivencia, el intercambio de regalos y el estar con la familia. Es la negación irreflexiva que acompaña nuestras vidas y nuestro pensamiento mágico-infantil de proyectarnos ya fuera del horrible atolladero en el que nos encontramos. Este impulso para celebrar deja de lado el pensar en la condición de emergencia dramática en la que todavía estamos inmersos y que de hecho convierte toda celebración en desafinada y fuera de lugar.

El bebé en el pesebre revela la condición de abandono en la que nos encontramos desde nuestro origen. El destino del pequeño Jesús ya está escrito y es morir en la cruz. No obstante, el destino mortal no anula la necesidad del cuidado de la vida que llega al mundo, sino que, por el contrario, la potencia. Es hacer «inmensamente sagrada» la vida de todos, como dice el Papa Francisco en su última encíclica Fratelli tutti, el que el Dios cristiano se haya decidido escandalosamente por su kenosis, por su encarnación haciéndose un niño.

Su fragilidad manifiesta que lo que posibilita la vida humana es la gracia de la atención que la rodea, el calor del contacto, la presencia del otro, el don. ¿No es ésta la enseñanza más importante de la fiesta de Navidad que en el tiempo atroz e inaudito de COVID, deberíamos aprender a tener presente antes que cualquier otra? Se vuelve insoportable entonces el lamento por la fiesta perdida, por la convivencia reprimida, por el distanciamiento social impuestos por decretos gubernamentales, por la interrupción de nuestros rituales.

Esta será, por supuesto, una Navidad diferente que debería impulsarnos a sacralizar nuevamente su significado: la vida del indefenso es la vida de un Dios extraño que requiere cuidados para sobrevivir. ¡Aquí está la paradoja formidable de la Navidad cristiana!

Su sentido sagrado insiste en recordarnos el gesto fundamental de la acogida sin la cual la vida no se hace humana sino que cae en el abandono absoluto. A aquellos que cierran la puerta de sus casas rehusando la hospitalidad a la familia que viene de lejos, responden aquellos que creyeron en el evento, que acudieron en masa a buscar y rendir homenaje durante la noche al niño Dios albergado en un establo. Sabemos que la Nochebuena en el relato cristiano anuncia al mundo la venida del «Salvador».

¿Existe una forma secular de leer el poder de este relato? A mis ojos, es el evento que hace que la vida humana sea inmensamente sagrada. En los tiempos traumáticos del COVID, la fiesta de Navidad nos recuerda que cada muerte nunca es una muerte anónima sino una muerte de lo inmensamente sagrado. Agustín reflexionaba sobre el gesto de María, narrado por el evangelista Lucas, de colocar a su «primogénito» en un humilde pesebre, enfatizando la equivalencia del cuerpo de Jesús con el de la nutrición.

Esta Navidad no será el momento de la fiesta, sino de aquello que nos obliga a pensar en la existencia de otro alimento diferente al que hemos estado habituados en nuestro modo mundano de celebrar la Navidad. El sufrimiento y las muertes de este terrible año