Para algunos fue decisiva la denuncia del pacto sindical-militar. Para otros, la desgraciada quema del ataúd radical consumada por Herminio Iglesias. No es posible soslayar la efectividad de la campaña publicitaria que asoció a Raúl Alfonsín con la República Argentina al dibujar la coincidente sigla de sus nombres en un escudo celeste y blanco. Y fue un acierto del candidato radical el de tocar la cuerda del patriotismo con el “rezo laico” del preámbulo de la Constitución Nacional.
Pero no hubo una sola, sino que fue un conjunto de circunstancias el que hizo que la voluntad popular se inclinara hacia la Unión Cívica Radical (UCR) en las elecciones que marcaron la primera derrota del Partido Justicialista en las urnas desde que lo fundó Juan Perón y el fin de las dictaduras militares en la Argentina.
La noche de aquella jornada histórica la Argentina era una fiesta. Más allá del resultado electoral, la consumación en las urnas de la recuperación definitiva de la democracia después de la dictadura más feroz de la historia disparó una conmovedora manifestación de alegría callejera, en la que se abrazaban el alivio con la esperanza. La animaba la convicción de que esta vez la paz y la libertad reinarían en forma duradera.
Diez años antes la Nación había experimentado la misma sensación placentera de liberación, que resultaría efímera. La democracia reconquistada con el retorno de Juan Perón al poder apenas sobrevivió tres años, antes de volver a ser ultrajada por los militares autoritarios. La muerte del líder y fundador del partido dejó al Justicialismo en una crisis de identidad y liderazgo, que persistía cuando en 1983 el golpismo moribundo tuvo que devolver las urnas al pueblo.
Durante los siete años en los que reinaron la muerte y el miedo hubo algunas masivas movilizaciones de alegría colectiva. El pueblo había salido a la calle a celebrar la obtención del campeonato mundial de fútbol en 1978 y después por el espejismo de la recuperación de las Malvinas en 1982, cuando las ocupó fugazmente la dictadura en su desesperación por aferrarse al poder. Pero fueron expresiones condicionadas por el tutelaje o la manipulación del despotismo, que esa noche feliz la sociedad se sacaba de encima para siempre.
(Fuente: TN)